A Nueva York le sobran atractivos. Hay lugar para todas las industrias. El deporte, como en este caso con la Copa América, no podía desaprovechar una locación mundialmente icónica. La ciudad, realmente, no necesita promoción alguna. Genera una atracción natural. Si alguien o algo se cuelga de su éxito, es el cine. Con más o menos éxito, hay más de 100 películas que utilizaron la geografía del lugar. Una “Noche en el Museo” marcó al público, a pesar de que los críticos especializados no la recibieron muy bien, e incluso revivió al Museo Americano de Historia Natural, el escenario principal de la trilogía que se terminó en 2014.
Es que la fantasía ganó en las taquillas. Seguramente las personas que pagaron al menos uno de los dólares del billón que recaudó, tuvieron la ilusión que materializó el director del film, Shawn Levy: objetos y figuras cobran vida durante la noche. Por un antiguo hechizo egipcio es que los esqueletos de los dinosaurios se mueven con la agilidad y ternura de un perrito. Los animales disecados, hacen lo mismo debido a esa tablilla que llegó desde la tierra de las pirámides. Y hasta puede haber un diálogo con un faraón egipcio o un ex presidente de los Estados Unidos. Los personajes como Kahmunrah, interpretado por Hank Azaria, y Theodore Roosevelt, interpretado por Robin Williams, se integraron a un imaginario colectivo con la marca de la película generando numerosas referencias en otros medios, series de televisión, parodias y productos relacionados.
La historia es la adaptación del libro para niños llamado "La noche en el museo", del croata Milan Trenc y fue publicado en 1993; tiene como protagonista central a un guardia de seguridad del museo, Larry Daley, en este caso interpretado por Ben Stiller.
El prestigioso museo fundado en 1869 fue el lugar ideal para filmar la película que consiguió millones de fanáticos alrededor del mundo generando un gran movimiento turístico. Incluso, desde que la película se hizo, el museo programa visitas nocturnas que son como “pijamadas”. Obviamente, los visitantes no tendrán todo lo que vieron en las películas en la que los efectos especiales y las animaciones digitales le dan vida a todo lo que alguna vez la tuvo. La visita empieza con una copa de champagne y música en vivo y después comienza la exploración de todo el lugar con menos gente y rodeados sólo por adultos. A las dos de la mañana, llega el momento de ir a dormir en las camas colocadas en el Salón de la “Vida marina de Milstein”, junto a la ballena azul, el ser vivo más grande del planeta. Además, la popularidad de la película apta para todo público contribuyó a aumentar el interés por el museo de un segmento más amplio en edades.
Como su título lo indica la trama se desarrolla en la noche. Por eso el director y su equipo, para lograr la mayor fidelidad en las imágenes, trabajaron en ese segmento del día durante varios meses. Nada simple porque el museo está cerrado y se tuvo que hacer una cuidadosa planificación con el personal del lugar, así como la contratación de personal de seguridad especializado.
Si “Una noche en el museo” tuvo tanta fama fue porque los integrantes del equipo de efectos especiales formaron una especie de sinfonía con los actores. Juntos lograron que la magia sea realmente convincente. Los actores, vale destacar, filmaron en una locación real, no en un set montado a medida. Stiller, Williams, Azaria y compañía hicieron entrenamientos para que cuando la cámara se prendiera el realismo de interactuar con personajes y objetos que serían añadidos en postproducción, sea lo más fiel posible.
El público fue el que legitimizó el suceso más que los críticos, sí. “Una noche en el Museo” mostró, y al mismo tiempo inspiró a otros cineastas, a que es posible generar un producto igualmente encantador con personajes históricos, como así también las modernas creaciones de protagonistas que suelen verse en los films contemporáneos. En la actualidad, la gente no sólo va al Museo de Historia Natural de Nueva York, quiere visitar el “museo de la película”.